Los saltos de Aladín, o el reino de la traducción sin idiomas

La nueva versión de Aladín es una muestra interesante de qué pasa cuando no se traduce el contenido original a la nueva adaptación que se quiere contar.

Las canciones originales, aunque son emblemáticas, estaban pensadas para complementarse con el dibujo que las acompañaba para contar la historia.

Cuando se hace la versión en imagen real, por exceso de “fidelidad” no cambian la letra, aunque algunos efectos no los replican porque han modificado la historia.

Por ejemplo, “One Jump Ahead” (“El rey”, en español) está llena de referencias a la comida (One jump ahead of the breadline; Got to eat to live, got to steal to eat…) porque la persecución se basa en que Aladín robó una barra de pan.

Sin embargo, en la versión de 2019, la escena con los guardias es totalmente distinta, porque Aladín está ayudando a Jasmín a escapar.

Así, las canciones (el legado original) van por un lado, y por otro diferente va el nuevo argumento. Eso provoca una división constante de fuerzas. Y distrae sobremanera.

Además, da a entender (es mi interpretación) que solo han mantenido las canciones originales para aplacar al público que creció con la versión de los años noventa.

Eso refleja cobardía por parte del director. Es un juego de medias tintas que al final no satisface a alguien, lo que se confirma con las notas mediocres que ha recibido la película.

Conste que a mí la versión nueva me gustó, pero la realidad es que como obra de cine va a pasar sin pena ni gloria, porque el director no se atrevió a traducir la película original a su visión personal actualizada.

La traducción va más allá del fenómeno idiomático. Hablamos de lenguaje, no de simples idiomas. Y quien pretende traducir sin conocer ni manejar las peculiaridades del lenguaje acaba perdido en desierto de nadie.

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